Si no hubiera quedado con Chiki para escalar, lo + seguro es que me hubiera pasado la tarde arrastrándome entre la ducha y el salón; y luego venía Iñaki, así que no hubo marcha atrás.
En las paredes soleadas no había un alma. Normal; la peña alucina en variedad y demencia a la hora de ponerse a escalar, pero nadie tenía los cojones de exponerse a caer desde 15 metros porque su cuerda comenzó a arder debido al calor. En la sombra, sin embargo, una cierta brisa fresa envolvía a los trepadores invitándoles a quitarse la camiseta y exponiéndoles, como era nuestro caso, a la verificación in situ de las grasas adquiridas probablemente para siempre.
Aún así, nos dio tiempo para hacer cuatro vías de sextos patoneros, sin desmayos ni quebrantos. Yo no me compliqué la tarde; los expertos son ustedes, yo hice las cuatro vías de segundo y me pasé una tarde tan buena, que hice esta foto para recordarla. Bueno, la verdad es que hice unas 100 fotos, pero esta de los cañones; en fin la próxima vez tendrías que venir. Escalas una pared y te olvidas de las estupideces recuyrrentes de la vida cotidiana. Es como un yoga peligroso, no se, no tengo tiempo para explicarlo porque Oliver se fue al cine con una amiga y le tengo que ir a buscar. Hasta otra.
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